El amor no castiga nunca. El respeto no es más que miedo y, de la misma forma, el castigo no es más que venganza. El acto de llamar a reflexión (que puede ser incluso violento) no es castigo, sino un acto de amor, porque lleva en él la curación como fin. El castigo como venganza es un acto de odio, que engendra más odio. Cuando el niño no respeta tu libertad o la de los demás, puedes pegarle una palmada en ese momento, para que asocie de dónde viene el golpe; no hay dificultad, porque él aprenderá y comprenderá sin dejarle más residuos. El acto comenzó y terminó con un resultado lógico, como ocurre en la vida.
Cuando le echas un sermón que no entiende y percibe tu disgusto y tu rechazo, que sí entiende, comienza a sentirse culpable de algo que es la moral, el deber y las normas, que él no llega a entender pero que necesita cumplir para tenerte contento, entonces sí le estás haciendo mucho daño. Y si percibe en ti el resentimiento de la venganza, estarás fomentando en él un violento, vengador y resentido; no lo dudes.
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