¿Dirigir o informar? Cómo ayudar a los nuevos padres.
VIOLETA ALCOCER
Se
supone que el progreso debería tener como resultado el mejor cuidado
entre nosotros, los seres humanos, pero, por el contrario, hemos creado
un mundo hostil hacia nosotros mismos.
Hostil hacia los adultos y, por supuesto, hostil hacia los niños y sus padres desde el mismo momento del nacimiento.
¿Exageración?
No lo crean. No quiero decir que un Rambo con un cuchillo en la boca
nos esté esperando en la puerta del paritorio (¿o si?) , pero puedo
afirmar sin temor a equivocarme que salvo que una mujer con experiencia y
formación específica consiga procurarse a sí misma un entorno
extremadamente protegido, su parto, postparto y crianza serán objeto de
agresiones e intereferencias constantes.
Y
no me refiero solo a los amigos y familiares que convierten el hecho de
tener un hijo en un foro de debate, o a las abuelas y abuelos que se
resisten a dejar en manos de sus hijos el protagonismo y la capacidad de
decidir por sí mismos, sino también a las instituciones que disfrutan del derecho a asistir a las mujeres, hombres y niños que acaban de convertirse en familia.
La
cuestión es que frente a la institucionalización del nacimiento y los
supuestos beneficios que esto debería conllevar para padres e hijos, lo
que nos encontramos es a padres y madres indefensos y terriblemente
desprotegidos frente a opiniones y acciones contradictorias sobre lo que
es “mejor para el bebé”.
Y
es que los nuevos padres habitualmente viven el momento más importante
de su vida con confusión, miedo y dudas: es decir, en un estado de
alerta y defensa que definitivamente dificulta el proceso de
recuperación y adaptación a su nuevo estado.
Desde el
sabotaje (consciente o inconsciente) a la lactancia por parte de
médicos, enfermeras y matronas, pasando por los consejos sobre cuidados
puerperales básicos para el recién nacido, siguiendo por temas de índole
tan personal como la manera en que cada cual decide vincularse con su
hijo… en realidad informaciones hay muchas pero ninguna parece realmente
fiable y pocas confortan a los nuevos padres.
Al
contrario, muchas de esas “ayudas” generan miles de preguntas nuevas,
sentimientos extraños y sensación de indefensión. No es que yo sea
especialmente negativa, es que el panorama es bastante desolador, sobre
todo porque, paradójicamente, esa agresión se disfraza justo de lo
contrario.
Por
ejemplo, a las nuevas madres se las pretende “proteger” de sus hijos de
la siguiente manera: “me lo llevo un rato para que descanses” o “yo le
calmo que tu estás nerviosa”, “trae, que le doy yo un bibe para que tu
puedas dormir un rato” “uy, pobrecita, este bebé te va a destrozar los
pezones”.
Pues
bien, aprovecho para decir que a las madres no hay que protegerlas de
sus hijos, ni a los hijos de sus madres. La maternidad es dura, pero
ellas están sobradamente preparadas, las mujeres lo estamos. Que no hay
que tratarlas como imbéciles sólo por el hecho de que no tienen toda la
información, de que son nuevas. Que no hay que hacer nada por ellas si
ellas no lo piden y que, de hacer algo, podemos hacerles la comida,
algún recado o la limpieza de la casa, para que puedan estar más tiempo
con sus hijos si es lo que desean.
No
hay que decirles lo que tienen que hacer, pues ya no son hijas: son
madres, y lo único que necesitan es comprender a su bebé y a sí mismas, comprender cómo funciona la lactancia, qué es el puerperio, y qué significa nacer.
No
hay que decirles “coge a tu bebé cuando llore” sino explicarles por qué
lloran los bebés y qué necesitan. Una vez hecho esto, ellos, los
padres, ya saben lo que tienen que hacer.
No hay una fórmula única para todos, por eso no valen los consejos para todos.
Cada familia que nace
necesita una escucha específica, un espacio en el corazón y el
pensamiento de un otro que se moleste en conocerlos a ellos, a ese bebé
recién nacido, sus ilusiones, sus expectativas, sus estilos de vida.
Alguien que les contenga y les acompañe en ese camino, que les ayude a
encontrar sus propias respuestas, que les comprenda en sus dudas más
profundas. Que les permita tomar sus decisiones,
entronarse en su nuevo rol, ejercer sin temores su nueva condición de
padres, sin ser juzgados.
Ante
tanta confusión muchas asociaciones invitan a hacer lo que el corazón
te diga y a seguir el instinto. Otras tantas nos invitan a leer métodos y
manuales en los que podemos encontrar pautas muy específicas de manejo
conductual de diferentes situaciones. Y otras, las mejores, nos alientan
a vincularnos con otros padres y madres afines y con experiencia, o a
redes de apoyo a través de las cuales obtener consuelo, información y
catarsis. Yo apuesto por estas últimas.

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