miércoles, 9 de enero de 2013

El instinto, el cuidado, el amor.

El instinto, el cuidado, el amor.

Mucho se ha dudado sobre la existencia o no de eso que llamamos instinto maternal y más aún del paternal. Para mi, el hecho de que no todos nuestros coetáneos experimenten esa sensación no significa que no viva dentro de todos nosotros, sino más bien que la permeabilidad al mismo es susceptible de blindarse en un momento dado de la propia existencia e incluso desde el inicio de la misma. Quienes lo experimentamos, sabemos que hay un antes y un después de esa llamada interior. Una llamada en forma de pregunta y, otras, en forma de respuesta a pequeños o grandes interrogantes, a veces cotidianos y otras magníficos.

Cualquiera que sea la excusa para ese encuentro, es cierto que una vez que ha tocado nuestras vidas se convierte, si queremos, en una herramienta potente cuyo poder va, a mi parecer, mucho más allá de los beneficios individuales, mucho más allá de un espacio y un tiempo concretos y mucho más allá de nuestras propias crías.
Hablo de abrirnos al instinto, hablo de utilizar esa apertura como catalizador de nuestros vínculos no ya como familia, sino como seres humanos. Porque estoy convencida que es sólo desde la vivencia de ese instinto de cuidarnos entre nosotros desde donde podremos avanzar humanamente.

El instinto básico de la propia supervivencia solo se trasciende por el instinto de defensa de las crías . Pero ese instinto, una vez que nos hemos hecho permeables a él, puede devenir en un instinto universal y prolongado en el tiempo (a través de nuestros años) de defensa de todas las crías del mundo y por extensión, de todos los seres humanos (en definitiva, todos los que alguna vez fuimos criaturas, aunque ahora nos llamemos adultos).
Hagánse esta pregunta: viajan sólos en un avión (sin su familia, aunque la echan de menos), cuando se produce un aterrizaje forzoso. Una madre viaja sola con tres niños y no da a basto para atenderlos a todos. ¿Qué haría usted? ¿Se convertiría, eventualmente, en la madre/padre de esos pequeños? ¿Antepondría su supervivencia a la propia? ¿Se aseguraría de que los niños quedan a salvo antes de salvarse usted? ¿Aún a sabiendas de que sus propios hijos le esperan en casa?
Siento el dramatismo, pero es la única manera que encuentro de activar (en la fantasía) los resortes de los que hablo.
Pienso que muchos de nosotros nos pondríamos al servicio de esos niños, gracias al disparo instantáneo de ese instinto.

Y creo que quizá si fuéramos capaces de recuperar , nombrar y legitimar al niño que fuimos y que somos, seríamos más capaces de reconocer también en nuestros semejantes a la criatura que debe y puede ser salvada y ayudada.
En todo caso la naturaleza dispuso en nuestro más íntimo código el hecho de que fuéramos seres vivos capaces de poner por delante la supervivencia de nuestras crías frente a nuestra propia existencia.
Múltiples mecanismos biológicos están comprometidos en este tipo de respuesta amorosa tanto en mujeres como en hombres, es decir que, como especie, estamos más que preparados para bañarnos en las aguas del cuidado mutuo. Me pregunto por qué vivimos tan alejados de este potencial y por qué nos empeñamos en sobrecompensar su llamada mediante la impostación de todo lo natural y la implantación de artificios que no hacen otra cosa que nublar esa mirada hacia el interior. Me pregunto por qué en nuestras relaciones con los demás sigue primando la agresión, el recelo, el individualismo por encima de todo bien social y una ciega mirada a corto plazo. Me pregunto por qué teniendo una excelente materia prima, vivimos presos de nuestras sombras y somos incapaces de participar de lo "auténtico", más invertimos cantidades ingentes de energía inventándonos una realidad a medida de nuestro miedo.
La parte buena es que tenemos al alcance de nuestra mano ese instinto básico y fundamental destinado al cuidado de las crias y por extension de nuestros semejantes. Yace bajo el miedo, nuestro miedo.

Afortunadamente, la evolución nos ha permitido tener acceso al pensamiento elevado, que es la capacidad de observarnos a nosotros mismos como sujetos de nuestra propia historia. Es desde ese pensamiento desde donde podemos comprender la falta de sentido de nuestro temor, la falacia de las amenazas que paralizan nuestra emoción y activan nuestras defensas agresivas, la necesidad de liberarnos de lo que damos por hecho y bucear en nuestra verdadera naturaleza, activando ese código universal y poderoso que llamamos amor.

Fuente: Violeta Alcocer.

http://atraviesaelespejo.blogspot.com.es/#!/2009/01/el-instinto-el-cuidado-el-amor.html

Ilustración: Elena Ferrer.

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