La tarta de albaricoque
Había una vez, una anciana que había sido famosa durante 30 años por el sabor delicioso de sus tartas de albaricoque. Todo el mundo en kilómetros a la redonda había oído hablar de las tartas y las comían cuando tenían la ocasión. En el curso de los años, cientos de personas la asediaron pidiendo la receta.
Ella continuó haciendo las tartas todos los años durante la estación de la fruta de hueso; distribuía las tartas a diestro y siniestro, pero no le decía a nadie la receta.
Un día, temiendo que la mujer muriera sin haber transmitido el secreto, un hombre rico – quien también tenía algo de avaro al tiempo que amante de las tartas de albaricoque - ofreció una recompensa de cien monedad de oro por el secreto.
No pudo encontrar a nadie que cocinase tartas como la anciana, aunque una multitud de gente solicitase la recompensa, pretendiendo que podía hacerlo. Finalmente, sin embargo, se sorprendió al encontrar a la mujer a su puerta, ofreciendo vender la receta.
- Pensé que nunca se la dirías a nadie – balbuceó el hombre rico.
- Ah, pero primero quería encontrar un signo de sinceridad –dijo la anciana.
- Pero ¿cómo sabes que soy sincero? – preguntó el avaro.
- Tú-dijo la anciana- eres un hombre que ama el oro. Que estés dispuesto a desprenderte de una parte de él, y no digamos cien monedas de oro, muestra, al menos mediante tu propio patrón, que eres sincero. Esto es lo más cercano a la sinceridad que, según parece, podemos llegar en esta región. De modo que te daré el secreto.
El hombre rico se sentía encantado, tomó un lápiz y un trozo de papel y pidió a la mujer que dictase.
- No necesitaras lápiz y papel –dijo ella- ya que no hay mucho que decir. Recojo albaricoques gratis, de los árboles de gente caritativa. Luego añado agua y un poco de miel; y eso es todo lo que hay.
- ¡Pero así es como todos los demás hacen tarta de albaricoque! –exclamó el hombre-- Ciertamente no te voy a dar cien monedas de oro por decirme eso.
- Tómalo o déjalo- dijo la mujer.
- No tiene sentido alguno – dijo el avaro-, pero si el secreto no está en los ingredientes, debe encontrarse en la costra de la tarta. ¿Cómo la haces?
La mujer sonrió.
- No la hago en modo alguno. Me acerco al panadero de la villa y le pido algo de la masa pastelera que le haya cobrado, cubro el plato con la pasta y le pido que lo ponga en su horno junto con el pan que hornea, y así es como se hace.
- Pero debe de haber algo especial en las tartas- dijo el hombre-, y quiero descubrir lo que es.
- Muy bien – dijo ella-, sígueme y haz lo que hago y veremos cómo te las arreglas. Veremos si sabes lo que es una receta.
Fueron juntos de excursión por las huertas locales de albaricoqueros. La anciana, como es costumbre es esas partes, fue admitida libremente, mientras que el avaro tuvo que pagar una moneda de cobre antes de que se admitiese recoger tantos albaricoques como desease.
Llevaron los platos al panadero, e hicieron que les pusiese pare de la masa pastelera que le sobraba encima de las tartas. Luego se dedicaron a esperar hasta que éstas estuvieron listas.
Cando las tartas estuvieron horneadas y se enfriaron, las probaron. La tarta de la anciana era deliciosa. Pero la tarta hecha con la fruta escogida por el avaro era en verdad muy ordinaria.
Él meneó el cabeza, perplejo, y luego comenzó a injuriar a la mujer, la llamó impostora por haber introducido algún ingrediente secreto, luego necia por no transmitir el secreto, y finalmente la tachó de bruja en contacto con poderes malignos.
Una vez el hombre se quedó exhausto y se sentó en un banco en el exterior de la panadería, la anciana sonrió una vez más.
- Después de tus resoplidos y tu enojo, tras tus aires de superioridad y confianza en el dinero, tras todo ese absurdo arraigado en el desengaño de falsas esperanzas – dijo ella – te diré dónde te has equivocado.
“Como sabes, a las personas pobres se les permite recoger tanta fruta como deseen en nuestros huertos. En reconocimiento a esto, nunca he tomado la fruta madura y perfecta para mis tartas ya que granjero tiene el derecho a conservar la mejor fruta, de modo que pueda venderla para mantener a su familia. Así que siempre he recogido los albaricoques que no estaban maduros y los demasiado maduros, mezclándolos para mis tartas. Este es el secreto de su maravilloso sabor. Tú, por tu parte, codicias tanto la perfección y la ganancia que, como todos los demás que han buscado mi secreto, tomas siempre la fruta más atractiva. El resultado fueron tartas de albaricoque ordinarias.”
Con estas palabras guardó la bolsa de monedas de oro en su cinturón y siguió su camino.
La codicia, la ansiedad y la compulsión por comparar las enseñanzas sufis con suposiciones anteriores, visible en las reacciones de muchos estudiantes, originan insuficiencias de todo tipo, levantan barreras a la comprensión y ciegan a la gente respecto a cosas que son perfectamente obvias para quienes abordan las enseñanzas de una manera sencilla.
http://aldebaranlaestrelladelbuscador.blogspot.com.es/
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